sábado, septiembre 04, 2010

Vida de poeta

Don Javier Sologuren...
Mi primer encuentro con el viejo poeta peruano Soluguren se da en el Departamento de Jesús María de los abuelos de mi amigo el Hereje. Él venía de Iquitos con todos su cachivaches de libros y manías miles, conocerlo fue una de las mejores cosas que me ha sucedido ya que juntos compartíamos nuestro amor por la buena poesía, tanto es así que a tiempo dejamos de un lado nuestra inútil intención de convertirnos en poeta con la finalidad de no dañar a la poesía. Es que éramos realmente mediocres. A lo que iba, Sologuren tenía pinta de profesor de escuela (y lo era, pero de Universidad), su sobriedad en el hablar se traducía también en su poesía. Era un poeta académico, es verdad, de viejo cuño, también es verdad, pero la poesía no sólo está en la calle (mitos de la pobre contracultura) sino en la capacidad de emocionarte. Toda poesía que emociona vale la pena leerla. La buena poesía no "enseña" sino mas bien provoca y es turbulenta , y eso lo puede lograr un poeta que se alimentó de la calle como uno que se apasionó por los Haikus japoneses en sus cláustros de investigación académica, como el caso del maese Soluguren. Cuando escribo esto acabo de terminar de releer algunos poemas de la vieja edición de VIDA CONTINUA que editara el Instituto Nacional de Cultura en 1971 y no hay manera de no prestar atención a estos versos: morir en esta ciudadela esculpida en una desierta mañana/morir llevado por el mar que respira contra los muros de mi casa. No me queda la menor duda que esa "ciudadela" es Lima (la Lima perdida de Sologuren), y que ese mar es el oceano que la baña. La melancolía gris del poeta.