Moléculas de afuera: nuevamente Cormac Maccarthy.....
La carretera, última novela de Cormac McCarthy, llegó con mucho ruido a su alrededor. Ganó el Pulitzer 2007, y en abril la conductora de televisión Oprah Winfrey la nombró como su libro selecto, un sello que no asegura reconocimiento, pero sí unas ventas astronómicas en Estados Unidos. Como si esto fuera poco, McCarthy un famoso ermitaño de las letras, casi tan esquivo con los medios como Salinger o Pynchon, accedió más tarde a dar una entrevista a la misma Oprah, una sorpresa que calificó como uno de los sucesos literarios de 2007. En la conversación, McCarthy, entonces de 73 años, contó, entre otras cosas, que la gran inspiración para escribir La carretera fue su hijo de ocho años. Tener hijos tan tarde en la vida, dijo, es muy distinto de tenerlos cuando uno es joven.
Aunque es difícil suscribir sin patalear aquella vieja idea de que entre más se sepa de un autor, menos protagonismo y autonomía tiene su obra, hay que admitir que todo lo que se ha dicho sobre McCarthy y La carretera termina por afectar su lectura. Es cierto. La carretera cuenta la historia de un padre y un hijo, pero no sólo eso. El padre y el hijo, que ni siquiera tienen nombres, caminan por un país arrasado y carbonizado por lo que parece ser un apocalipsis nuclear. Van hacia el sur para escapar del invierno, que, sin embargo, es omnipresente porque el cielo vive cubierto por un techo de ceniza hace ya un buen puñado de años. Buscan restos de comida, ropa, zapatos, y caminan. El padre, de corazón duro y alerta, protege a su hijo. Los pocos humanos que quedan son caníbales, viejos moribundos o ratas muertas de miedo. Son restos de hombres que en poco alaban a la humanidad. La mirada de McCarthy sobre el hombre despojado de los frutos de la tierra o del progreso es desoladora y negra como la portada del libro. No quedan, casi, restos de la solidaridad a la que Albert Camus recurría como tabla de salvación en La peste, publicado cuando apenas terminaba la Segunda Guerra Mundial. Estamos en un mundo donde Mad Max y tanto cómic postapocalíptico no parecen más que entretenimientos juveniles. No somos más que cucarachas.