viernes, agosto 17, 2007

Los muertos de la tierra...



La misma escena en medallón de lágrimas: mi madre defendiendo con su sombra a las flores (Juan Gonzalo Rose). A la hora en que escribo esto los muertos del terremoto que se produjeron en las ciudades de Chincha, Ica y Pisco, y en general en todo el sur chico de Lima (Perú) ya suman más de 500. Quinchas, adobe, todo se vino abajo. Las pistas del sur rajadas y con grandes grietas y por lo tanto intransitable. No hay agua, no hay fluído eléctrico, no hay que comer, las imagenes de los muertos en las plazas son horrorosas a tal punto que nos hacen recordar las viejas épocas de la barbarie. La muerte de los paisanos jode y duele. En tiempos de desastres y del espiral de violencia los Peruanos fuimos capaces de sobreponernos y enfrentarlos. Esta vez no debe ser la excepción.

martes, agosto 14, 2007

Nikolái Gogol y el Cine Indio...

Introito: Llegué al cine Alcázar con la única finalidad de ver “el país de los saxos” un documental interesante de la periodista peruana Sonia Goldemberg que trata sobre la incorporación del saxo (tan usado en el Jazz , el Blues y el Rockanroll) en el Huayno instrumental que se toca en la sierra central del Perú (el Valle del Mantaro) produciendo en las fiestas pueblerinas de los andes la misma seducción que pueden producir en los sonidos de un Jazz tocado en la imponente Nueva York. Lástima que no pude llegar a tiempo y la sala estaba abarrotada de pura gentuza. A regañadientas entré a la siguiente función que proyectaba una película de producción india y norteamericana llamada “The Namesake” o algo así como “El buen Hombre”. Y vaya que el saldo fue favorable y gratificador.

Fuegos fatuos y el desencuentro de dos mundos: “The Namesake” es una película del desarraigo, de la emigración en busca de un mejor futuro (sin las consabidas lacrimosas con que hemos conocido al cine Hindú), de la resistencia por conservar viejos valores culturales y viejas costumbres milenarias (de raíces bengalíes) que la metropolis (Nueva York) trata de aplastarlas, y de cómo la globalización y el pensamiento occidental van convirtiendo las sanas (y hasta ridículas para nuestra visión) costumbres indias en un hibrido de emociones encontradas. Un matrimonio indio que llega a Nueva York y que conserva sus costumbres indias, y unos hijos que nacen y crecen en la gran urbe (del país de las posibilidades donde todo es posible: desde el consumo de Marihuana en el Bachillerato, el debut sexual a temprana edad, hasta el éxito profesional) va emergiendo en ellos el choque de dos culturas radicalmente opuestas y con la que tienen que lastimosamente lidiar. El hijo varón del matrimonio indio a quien el padre al nacer le puso por nombre Gogol
[1] (en celebración del escritor ruso, dada una extraña y sentida relación que tenía el padre con los libros del escritor) es norteamericano y no indio, y obviamente una hamburguesa Mac Donalds es más importante que una comida típica de la india, la cofradía de la Universidad de Yale más importante de cualquier otra cofradía de su comunidad y los rascacielos de Manhattan más importantes que el hermoso Taj Majal. Cuando el vacío llega y el abismo está a unos pasos de los pies del exitoso arquitecto gogol (la muerte de su padre, la soledad de la madre, la nada alienante de su enamorada gringa y rica, su celebrado y posterior fracaso matrimonial con una hermosa india profesora de Literatura francesa a quien también la ciudad y sus libertades la han seducido) sólo la antigua sabiduría del país de sus abuelos y la de sus padres (sabiduría que siempre estuvo ahí) pueden amainar el descalabro personal, entonces la vigencia de un viejo consejo hindú se impone como antes: “tomar lo nuevo, sin olvidar lo antiguo”, es decir la raíz de donde venimos. Sólo así la sonrisa vuelve a dibujarse en el rostro de gogol.


[1] Nikolái Gogol, escritor ruso, autor entre otras de esa fenomenal novela intitulada “almas muertas”. La mención en la película no es mera casualidad si tenemos en cuenta que Gogol siempre fue un errante que vivió casi la mayor parte de su vida alejado de su patria.

lunes, agosto 13, 2007

Schopenhauer y el vulgar nacionalismo...

Corren vientos nacionalistas en Latinoamerica unos más exacerbados que otros y casi todos embadurnados de la misma idiotez de siempre. Ayer mismo el escritor Fernando Vallejo ha sido declarado persona non grata de Colombia y una ración de balas le espera en el país de la cumbia. Aquí mismo decir que el ceviche es horrible (que es mi caso, no me gusta esa comida inmunda) y que el vals peruano se ha vuelto en un obsesivo lloriqueo de plañideras te convierte en un blasfemo. Sin duda el nacionalismo es el legado más cancerígeno de los sucesivos gobiernos militares que se han empanzurrado con Latinoamerica. Los perros nacionalistas aullan en Venezuela, hacen señales de humo en Bolivia y Ecuador, bailan tango en Argentina, pergeñan falsos y ladronzuelos modelos en Chile, y son decadentes y tuberculosos en el Perú. He estado revisando algunas lecturas de Arthur Schopenhauer y justamente me encuentro con un texto suyo que es muy aleccionador para el caso en particular. El filósofo (quien no vivió el Nazismo) dice que el orgullo nacional es el tipo de orgullo más barato que pueda existir y se echa mano de el cuando no se posee meritos personales relevantes capaz de advertir con toda claridad los defectos de su nación. Mordaz, como es el filósofo, termina diciendo que el pobre idiota que no tiene nada de lo que pudiera enorgullecerse se agarra de un último recurso: estar orgulloso de la nación a la que pertenece, y defiende con uñas y dientes todas las taras y necedades propias de su nación. Schopenhauer, quien era un hereje para los alemanes (a quienes acusó de ser tardos en pensamiento y a sus intelectuales seres aburridos y complicados hasta en su lenguaje "El mundo C.V. II" Pag. 163) no tuvo reparos en hacer estas valientes apreciaciones en un tiempo y en un contexto donde las corrientes nacionalistas y la exaltación de la guerra (y la justificación de ella para cometer robos de territorios) eran verdaderas glorias militares y auspicioso episodios de heroicidad que debían imitarse. El fue la excepción y la contra de esos viejos y enfermos conceptos que años mas tarde cobrarían vigencia con mayor fuerza en la Alemania Nazi.